miércoles, 31 de agosto de 2011

LA OTRA MIRADA

Presento excusas a quienes visitan mi blog, no sólo por mi ausencia aquí, sino también en sus espacios  en los cuales he distanciado  mis visitas. Tengo varias razones, pero principalmente son dos: la primera,  que estaba disfrutando de unas merecidas vacaciones y me dediqué simple y llanamente al disfrute del arte, a la  "vagabundería" y al ocio;  y, en segundo lugar porque, paradojicamente,  me he embarcado en una nueva y magnífica experiencia relacionada con la escritura.
Desde hace algún tiempo  algunos textos míos, esencialmente poemas, se publican en el cuerpo cultural de un diario local, "Diario El Venezolano",  y fue una maravillosa sorpresa para mí el que hace unos días atrás su editor, el dibujante y escritor venezolano Carlos Yusti, me invitara a participar escribiendo una columna en dicho diario. El asunto fue que acepté su propuesta y de inmediato me dijo "ponte a trabajar... lo primero:  que tenemos que buscar un nombre a la columna" Él ni siquiera sabe, y probablemente nadie, lo terrible que es para mí buscarle nombres (sobre todo impactantes) a las cosas: Y si no,  fíjense el nombre que le puse a este blog, después de por lo menos una semana de pensarlo. Le pasé una pequeña lista de 250 mil nombres (jaja, sólo 4) y le gustó "La otra mirada" y así se llama mi columna que saldrá a partir de hoy, todos los miércoles. La de hoy especialmente ilustrada por el propio Carlos, un gesto bellísimo y que me honra porque él es, además de un excelente ensayista, un genio del dibujo.
Lamento que el periódico no  actualice a diario su página cultural en su edición digital pues me hubiera gustado colocar el enlace acá y así compartirlo con ustedes como Dios manda, pero como la tecnología es una maravilla le saqué una fotografía a mi artículo y al pie de este escrito se las dejo.
Gracias queridos amigos por estar pendiente de mí y de "mis cosas". Sus comentarios, su apoyo y su afecto me han servido de estímulo, y, en consecuencia, lo que hoy celebro también se lo debo a ustedes. Así que con mi cariño, les dejo esta palabra, como diría Neruda, no por repetida menos verdadera: ¡GRACIAS!
Por insistencia de una de esas personas que han creído en mí (más que yo misma), también me he dado a la tarea de recopilar algunos de mis poemas pues ese alguien me amenazó con reunirlos en un libro. Espero que así sea muy pronto.
Como diría yo¨¡qué éxito!
¡Abrazos cálidos!










martes, 9 de agosto de 2011

SE HA PERDIDO EL ARTE DE CONVERSAR





Recibí este texto por correo que pertenece al señor José Luis Díaz T., cuyo contenido suscribo de la A a la Z.


"¡Por fin alguien lo hizo! Acabo de leer en internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos celulares. Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los ring tones interrumpan, ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a los gritos.

La noticia me produjo envidia. Personalmente, ya no recuerdo lo que es sostener una conversación de corrido, larga y profunda, bebiendo café o chocolate, sin que mi interlocutor me deje con la palabra en la boca, porque suena su celular. En ocasiones es peor. Hace poco estaba en una reunión de trabajo que simplemente se disolvió porque tres de las cinco personas que estábamos en la mesa empezaron a atender sus llamadas urgentes por celular. Era un caos indescriptible de conversaciones al mismo tiempo.

Gracias al celular, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado. El teléfono se ha convertido en un verdadero intruso. Cada vez es peor. Antes, la gente solía buscar un rincón
para hablar. Ahora se ha perdido el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar mismo en que se encuentra.

La batalla, por ejemplo, contra los conductores que manejan con una mano, mientras la otra, además de sus ojos y su cerebro se concentran en poner SMS, parece perdida. Aunque la gente piensa que puede hablar o escribir al tiempo que se conduce, hay que estar en un trancón causado por un adicto al teléfono para darse cuenta de que no es así.

No niego las virtudes de la comunicación por celular. La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía. Pero me preocupa que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca.

Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Preferimos perder la cédula que el móvil, pues con frecuencia, la sim card funciona más que nuestra propia memoria. El celular más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y este no suena. Por eso quizá algunos nunca lo apagan. ¡Ni en cine! He visto a más de uno contestar en voz baja para decir: "Estoy en cine, ahora te llamo".

Es algo que por más que intento, no puedo entender. También puedo percibir la sensación de desamparo que se produce en muchas personas cuando las azafatas dicen en el avión que está a punto de despegar que es hora de apagar los celulares. También he sido testigo de la inquietud que se desata cuando suena uno de los ring tones más populares y todos en acto reflejo nos llevamos la mano al bolsillo o la cartera, buscando el propio aparato.

Pero de todos, los Blackberry merecen capítulo aparte. Enajenados y autistas. Así he visto a muchos de mis colegas, absortos en el chat de este nuevo invento. La escena suele repetirse. El Blackberryen el escritorio. Un pitico que anuncia la llegada de un mensaje, y el personaje que tengo en frente se lanza sobre el teléfono. Casi nunca pueden abstenerse de contestar de inmediato. Lo veo teclear un rato, masajear la bolita, y sonreír; luego mirarme y decir: "¿En qué íbamos?". Pero ya la conversación se ha ido al traste. No conozco a nadie que tenga Blackberry y no sea adicto a el.

Alguien me decía que antes, en las mañanas al levantarse, su primer instinto era tomarse un buen café. Ahora su primer acto cotidiano es tomar su aparato y responder al instante todos sus mensajes. Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro, frente a frente"



José Luis Díaz T.