Querido diario,
Cierro el capítulo de este año con el siguiente saldo:
Un muerto y dos heridos. En realidad hubo más muertos, pero sólo lloré desconsoladamente a uno, de modo que los otros se pueden volver a morir si les da la gana. Uno de los heridos fue una amiga muy querida, quien no se recupera aún (a veces parece que recobrara la conciencia y otras, la mayoría, se queda en ese estado de inconciencia en el que es fácil entrar cuando no se quiere aceptar que el perito dijo “fue pérdida absoluta y total”) La otra herida fui yo, pero por fortuna ahora (y no lo digo sin asombro) me recupero, hasta con cierto estoicismo, de las heridas. No obstante, y debe ser porque un leve vestigio queda en mí de masoquismo, un rasgo al parecer heredado de la IV república, o algún gen judío-cristiano, a veces me da por echarme sal y vinagre en las heridas. Así, esta tarde que parece de domingo, me puse a escuchar canciones y me consegui con esta que he oído unas 3 veces hoy. Algo bueno saca uno de estas cosas porque la verdad esa guitarra comenzando es francamente preciosa y la señora que canta tiene una voz adorable. Y bueno, me comencé a quitar costritas y a echarme en mis heridas esa triste canción que quién sabe que insensatas “verdades” dirá en el intermedio, pero a mí, junto con lo demás que sí entendí, me sonaron más triste que la luz de la ciudad de Carora, si es que a Carora se le puede llamar ciudad
Oyéndola he comprendido porqué hay gente que se quiere cortar las venas, meterse a evangélica o nebulizarse con creolina cuando el perito dice “pérdida total” Esa es una opción. La otra es salvarse, juntar los pedazos y comenzar de nuevo, sustituyendo eso de “no puedo vivir sin ti” por un “no puedo vivir sin mí” algo que no suena “romántico” pero que es la verdad verdadera. Comenzar de nuevo. Comenzar de nuevo.
Ese es mi milagro número 2.